Historia de las ciencias naturales en Tabasco, México.

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INTRODUCCIÓN

 

     Sin duda, una de las épocas más fructíferas en la ciencias nacionales coincide con la época del porfiriato. No obstante, lejos de lo que aseveran algunos historiadores respecto a la relación del florecimiento científico con el auge de una élite social y política dominante, tal desarrollo de la ciencia, y en general de la cultura mexicana de ese momento histórico, se debe a circunstancias anteriores en las que se conjuga una serie de factores de distinta índole. El porfiriato alentó la ciencia, porque ésta era un paradigma mundial entonces, y porque la élite en el gobierno comprendió su utilidad económica, social y política. Está muy lejos de la realidad el hecho de que la élite política fuese científica, en el estricto sentido del término, y este calificativo sólo surge peyorativamente entre críticos que equivocaron la coincidencia de la idiosincracia y el pensamiento liberal del grupo en el poder con la corriente filosófica positivista, que veia a la ciencia como la fase evolutiva final y más progresiva de la humanidad.

     El régimen porfirista utilizó a la ciencia como un elemento más de progreso, al igual que lo hizo con la tecnología, el arte, y la cultura en general. Independientemente del desarrollo de esos valores, el sistema político llevaba una trayectoria propia, que al final terminó anquilosada, senil -como el propio Porfirio Díaz-, mientras que la ciencia y los científicos (los auténticos) llevaban otra trayectoria distinta. Desafortunadamente, la ciencia es también víctima del estigma porfirista, pues al triunfo de la revolución hablar de científicos recordaba al pueblo mexicano y a sus nuevos caudillos y líderes, aquella élite insensible que se había enriquecido al amparo de la casi perpetuidad de Díaz.

     El auténtico origen de la ciencia de la segunda mitad del siglo XIX en México se encuentra, principalmente, en dos circunstancias:

1) el triunfo del laicismo durante la época de Reforma, que contuvo y restringió enormemente el poder eclesiástico caracterizado por el dogma y la intransigencia, cuya única vigencia y validez era la de las sagradas escrituras, como lo había determinado el Vaticano a lo largo de casi trescientos años de coloniaje; y,

2) el auge del positivismo como corriente filosófica en la mayoría de los países europeos.

     Sin las restricciones que la iglesia católica había mantenido sobre el libre pensamiento, y con la creciente importancia de las filosofías relacionadas con el libre albedrío, era predecible que la ciencia tuviera un amplio desarrollo en México. Además, el país vivía un proceso de restauración de la autoestima nacional, a raíz del triunfo de la República sobre el segundo imperio, en 1867, lo cual inició una fase de consolidación de los valores nacionales. La misma Francia, potencia mundial por excelencia, había aceptado, tras la caída de Maximiliano de Habsburgo, su incapacidad imperialista en México, lo cual, con el respaldo estadounidense hacía respetable la posición de México hacia esa época. 

     En Tabasco, la segunda mitad del siglo XIX vió aparecer brillantes hombres de ciencia, casi todos ellos formados en instituciones educativas de otros estados. No es hasta la creación del Instituto Juárez, de San Juan Bautista (hoy Villahermosa), cuando comienzan a forjarse los jóvenes tabasqueños en la ciencia y humanidades, como se verá más adelante.

     Antes del Instituto Juárez, sin embargo, ya se cuenta con personalidades como Manuel Gil y Sáenz, Juan José León, Desiderio G. Rosado, León Alejo Torre, Arcadio Zentella, Felipe A. Margalli,  Alberto Correa, Justo Cecilio Santa Anna, Felipe J. Serra, José Graham Pons, Erasmo Rovirosa, y el más brillante de todos ellos, José N. Rovirosa. Ninguno de estos personajes era en realidad científico en el sentido actual del término, pues su profesión distaba de ser propia de la investigación científica como tal, por lo cual se les puede denominar más correctamente, a unos polígrafos, y a otros naturalistas, independientemente de las valiosas contribuciones que hicieron a la ciencia.

     Otro grupo igualmente valioso fue el de la generación posterior a la creación del Instituto Juárez, integrado por personajes como Leandro Martínez Chablé, Marcos E. Becerra, Francisco J. Santamaría, Joaquín Camelo, Marcelino García Junco, etc., pero su generación corresponde más a la primera mitad del siglo XX, por lo que nos ocuparemos de su vida y obra más adelante.  

 

 

REFERENCIAS:

 

GORTARI, ELI DE, 1988. La ciencia en la historia de México. 2a. ed. Editorial Grijalbo. México. 446 págs.

Lectura obligada para entender a cabalidad ésta etapa de la historia de la ciencia en México. 

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